
Las estadísticas no siempre hablan el mismo idioma, pero a veces, cuando se las observa juntas, dicen cosas que resultan tan preocupantes como irónicas. En el Valle de Lerma, dos cifras provenientes de ámbitos completamente distintos dejan al descubierto una transformación social que interpela y, al mismo tiempo, desconcierta.
Por un lado, la natalidad en la región muestra una baja sostenida. En 2020, el sistema público de salud registró 6.509 nacimientos. Para 2024, esa cifra descendió a apenas 4.968 partos, alcanzando los 5.000 nacimientos si se suman los casos múltiples. La caída no es casual ni sorpresiva. Las autoridades sanitarias señalan que la planificación familiar, el acceso a métodos anticonceptivos y una mayor conciencia reproductiva son los factores que explican esta tendencia.
Entonces, en un mismo territorio conviven dos curvas: una, que desciende (la natalidad); otra, que asciende sin freno (la población de perros callejeros). En clave irónica, podríamos decir que si las estadísticas fuesen metáforas del deseo social, la gente en el Valle de Lerma está prefiriendo criar perros antes que hijos. Porque claro, los perros no exigen colegio, ni trabajo estable, ni herencia. Solo comida, afecto, y en el peor de los casos, una calle por donde vagar.
Pero el problema no termina ahí. Esta “sobrepoblación perruna” no es resultado de una revolución canina, sino de la irresponsabilidad humana. Muchos de estos animales fueron mascotas alguna vez, abandonadas luego sin ningún tipo de control. El fenómeno genera riesgos sanitarios, accidentes, mordeduras y un profundo malestar social, sobre todo en sectores donde los municipios no les alcanza a intervenir con campañas de esterilización o políticas de tenencia responsable.
La conclusión no es menor: mientras los hospitales públicos se preparan para atender menos partos, las calles se convierten en guarderías improvisadas para perros sin dueño.
Valle de Lerma Hoy
