El médico de Güemes y Belgrano que eligió Rosario de Lerma por amor: la historia de Joseph Redhead

Joseph Redhead no fue solo un médico, ni solo un científico. Fue también un hombre profundamente marcado por el amor. No hay cartas que lo documenten ni retratos románticos que lo inmortalicen, pero sus pasos hablaron con elocuencia: eligió Salta. Y la eligió dos veces.

Nacido en Edimburgo, Escocia, hacia 1765, Redhead se graduó en medicina en 1789, defendiendo una tesis sobre la gripe. Su formación era rigurosa y moderna: practicaba técnicas impensadas para la época, como percutir el tórax para diagnosticar enfermedades o hervir el agua para prevenir infecciones. Fue, sin dudas, un adelantado.

Llegó al puerto de Buenos Aires en 1803. Para evitar sospechas en tiempos convulsionados, se declaró estadounidense. Pero los españoles no tardaron en descubrir la mentira y Pío Tristán lo persiguió por ello. Más allá de sospechas de espionaje —que nunca pudieron probarse—, Redhead encontró en estas tierras algo más fuerte que cualquier convicción política: encontró un sentido de pertenencia.

Volvió del Alto Perú entre 1808 y 1809, y entonces tomó una decisión que definiría su vida: quedarse en Salta. Escogió Rosario de Lerma, donde el aire limpio, la tierra fértil y la infinita variedad de hierbas del Valle lo cautivaron. Allí creó un herbario que sería su gran legado científico. Estudió, clasificó, aplicó. En tiempos donde la medicina era casi exclusivamente vegetal, Redhead le dio un marco de ciencia y racionalidad: el ají del campo para el dolor de oídos, el chamico para el asma, el berro para el escorbuto.

Volcó en esa tierra todo lo que había aprendido en Edimburgo, pero también todo lo que sentía. Porque no solo lo guiaba la razón del médico, sino también la pasión del hombre. Tal vez fue un amor silencioso, no registrado, pero profundo. Un amor que lo trajo de vuelta. Tras la muerte del general Belgrano —de quien fue médico personal, al igual que de Güemes—, Redhead regresó a Salta. Lo hizo ya anciano, pero convencido. Fue su forma de volver a ese lugar donde lo habían tratado como uno más, donde su ciencia fue útil y valorada, y donde el afecto se había hecho raíz.

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Dicen que Belgrano le entregó un reloj de oro en sus últimos días, no como pago por sus servicios, sino como símbolo de una amistad forjada en la lucha y en el respeto mutuo. Redhead guardó ese reloj como un recuerdo entrañable, no como un honorario.

Falleció el 28 de junio de 1847 en Rosario de Lerma. Fue sepultado en la bóveda que él mismo había construido, dentro de su herbario, como si quisiera que su cuerpo alimentara, una vez más, a esas plantas que tanto estudió y amó. Tiempo después, quizás por influencia de “Macacha” Güemes de Tejada, sus restos fueron trasladados al cementerio de la vieja iglesia de Cerrillos. Hoy, su memoria vive entre las hierbas del Valle de Lerma, entre las páginas de la historia salteña y en ese gesto final que resume toda una vida: eligió volver. Y volvió por amor.

Valle de Lerma Hoy


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