Por Jaime Barrera para Valle de Lerma Hoy
En el extenso camino hacia la independencia, entre batallas y sacrificios, hay gestos silenciosos que no figuran en los partes militares, pero que permanecen vivos en la memoria colectiva. Uno de ellos ocurrió en Sumalao, donde, según la tradición oral salteña, el general Manuel Belgrano habría detenido su marcha para pedirle al Señor de Sumalao protección antes de continuar la campaña hacia el Alto Perú.
Era el año 1813. Belgrano, victorioso tras las batallas de Tucumán y Salta, conducía al Ejército del Norte hacia el corazón del poder realista en el Alto Perú. La travesía no solo era física y militar, también era espiritual. En ese contexto, la parada en el Santuario del Señor de Sumalao, ubicado a pocos kilómetros de La Merced, adquiere un valor simbólico que trasciende los registros oficiales.
Los relatos populares aseguran que Belgrano asistió a una misa y rezó ante la imagen del Cristo moreno. Algunas versiones indican que incluso ofreció su bastón de mando o pronunció una promesa en silencio. Lo cierto es que este gesto, aunque no documentado formalmente, ha sido preservado por generaciones como un acto de fe patriótica.
Sumalao ya era, por entonces, un centro de devoción profunda. Era una pequeña capilla de adobe. El cuadro del Cristo, llegado según la tradición desde el Alto Perú, era considerado milagroso por los peregrinos que lo visitan año a año. Que un prócer como Belgrano haya buscado su protección, eleva el relato a la categoría de mito fundacional: un cruce entre la historia nacional y la religiosidad popular del norte argentino.
Hoy, más de dos siglos después, la imagen del General en oración en Sumalao forma parte del patrimonio no escrito de Salta. Es una historia que no aparece en los manuales escolares, pero que late con fuerza en cada celebración de la fiesta de Sumalao, cuando miles de peregrinos llegan a rendir homenaje al Cristo. En cada paso, en cada rezo, se revive aquella jornada en la que el hombre de la escarapela blanca y celeste se detuvo, no por estrategia, sino por convicción espiritual.
En tiempos de gesta, también hubo espacio para la fe. Y en Sumalao, según dice el pueblo, Belgrano encontró algo más que descanso: encontró esperanza.