El 2024 ha sido otro año complicado para el Valle de Lerma. La falta de infraestructura, un problema histórico, se ha hecho sentir con mayor fuerza, dejando en evidencia el estancamiento de una región que parece anclada en el pasado. Décadas han pasado, pero poco o nada ha cambiado en este rincón de la provincia de Salta. Lo único que ha evolucionado es la cantidad de habitantes: más de 130.000 personas repartidas en nueve localidades que, lamentablemente, enfrentan los mismos problemas de siempre.
La proximidad a Salta capital, que en teoría debería ser una ventaja para el desarrollo, se ha convertido en un arma de doble filo. En lugar de potenciar el crecimiento del Valle de Lerma, ha reducido a la región a ser un “barrio dormitorio” para quienes trabajan en la ciudad. Esta dependencia ha generado no solo un colapso en el transporte público –que en días clave llega al límite de lo funcional–, sino también la ausencia de fuentes de empleo genuinas que permitan a las familias construir un futuro en su propia tierra.
El desafío para 2025 no puede limitarse a pequeñas obras o anuncios cosméticos. No se trata de inaugurar plazas o mejorar mínimamente la infraestructura existente. Lo que el Valle de Lerma necesita con urgencia es un proyecto a largo plazo, una visión transformadora que integre a legisladores, intendentes y concejales en un trabajo conjunto, dejando de lado las disputas políticas y el conformismo. Hasta ahora, las autoridades locales han demostrado estar atadas a las decisiones de la provincia, sin ideas propias ni propuestas superadoras que afiancen el desarrollo regional.
El 2024 ha sido un recordatorio de los efectos negativos de la falta de experiencia y compromiso en la política. En manos de líderes sin visión, la política pierde su capacidad transformadora y se convierte en un obstáculo más. Es hora de que las autoridades comprendan que la solución no está en gestos simbólicos, sino en generar fuentes de trabajo y oportunidades que beneficien a todos los habitantes del Valle.
Esperemos que el 2025 sea el punto de inflexión. Que las autoridades trabajen con audacia, integridad y una visión que trascienda los intereses inmediatos. Solo entonces el Valle de Lerma podrá dejar de ser el escenario de una eterna promesa incumplida y convertirse en un modelo de desarrollo para la provincia.
La esperanza está puesta en un cambio de mentalidad. ¿Serán capaces nuestros dirigentes de asumir este desafío? El tiempo lo dirá.
Editorial